Por: Esperanza Chacón
En las relaciones con otras personas, se despliega un fascinante mundo interior, teñido por una amplia gama de perspectivas, actitudes, intereses y singularidades. Aceptar esta realidad cuando nos relacionamos estrechamente con otros es una aventura que merece ser experimentada plenamente, ya que implica acoger al otro tal y como es.
Lo que conocemos como «corazonar juntos» va más allá del simple deseo de estar con alguien o de hermosas palabras. Se trata de aceptar sin condiciones la forma única en que cada individuo es, como se expresa y experimenta sus emociones, sentimientos y pensamientos.
Cómo aprendemos a escuchar la sabiduría del corazón?
El ser humano existe no solo porque piensa, sino porque ama; entonces, significa que vinculamos el sentimiento al pensamiento, sentir-pensar, integrar la afectividad a la razón. Aunque algunos investigadores han explicado desde varios enfoques —antropológicos, sociológicos y biológicos— que el ser humano no es sólo razón, sino también afecto, caricia y ternura, ya que somos mamíferos y venimos de una madre. Requiere, por lo tanto, una comprensión holística de lo humano.
La auténtica sabiduría y autoconocimiento no se remiten a la escuela, sino que están, se cultivan y florecen en la vida misma. Por ello, lo esencial es encontrar oportunidades para la experiencia personal, para recrear el lugar al que se quiere pertenecer y, de este modo, no andar desorientado en la vida. «No solo conocer el mundo, sino intuir los caminos que habrá que andar para ser mejor» (viejo Antonio 2000).
Aunque queremos con ímpetu construir un conocimiento con base en el sentimiento y pensamiento, actuar con coherencia para entender y sentir la sabiduría del corazón, en ocasiones surgen actitudes defensivas que pueden manifestarse de manera abrupta, generando la sensación de que estamos siendo atacados o de que no sabemos cómo dar o recibir amor. Esto puede desencadenar incertidumbre, temor y desconfianza, poniendo en riesgo nuestra esencia y nuestra integridad.
Entonces, ¿qué nos permite abrirnos en una relación con otra persona? ¿Cuándo permitimos que los demás toquen nuestros corazones y cuándo lo evitamos?
Es evidente que «el amor para sí», que considero es – un amarse a sí mismo – y el orgullo son dos percepciones y expresiones muy distintas. Amar a uno mismo es esencial, pues antes de poder dar amor a otros, debemos amarnos a nosotros mismos.
Lo que se conoce comúnmente como amor propio no es egoísta, sino que fomenta la confianza y el respeto mutuo, permitiéndonos conectar sinceramente con nuestros corazones con humildad y honestidad.
El amor para sí es una fuerza vital y, al mismo tiempo, creativa. Nos ayuda a asumir la responsabilidad de nuestra propia vida como prioridad, lo que nos permite luego abrirnos a los demás. Este tipo de amor confía en la vida y sus procesos, no teme la incertidumbre y no busca una verdad absoluta, ya que reconoce que la vida es un proceso constante de aprendizaje y transformación.
Por otro lado, el orgullo es una defensa del ego que, paradójicamente, oscurece y obstaculiza el flujo sincero de las emociones. El orgullo no permite una escucha profunda, ya que el ego lo impide y se manifiesta como arrogancia, .
En este punto, podemos identificar dos realidades antagónicas coexistiendo: el ego y la esencia del ser. ¿Cómo convivimos con ambos? ¿Nos dejamos atrapar por el ego o permitimos que prevalezca nuestra esencia?
Cada relación y cada interacción nos brindan nuevas oportunidades para explorar la sencillez de la incertidumbre y atrevernos a recorrer el camino del amor sin condiciones. En esta danza de almas, en el vaivén de los encuentros, se revela un universo matizado y hermoso de miradas y sueños diversos. Aceptar a los demás tal como son nos brinda la esencia más pura de la conexión humana.
Recordemos sobre la importancia de amarnos a nosotros mismos y de abrirnos a los demás con comprensión y aceptación. En cada día, en cada momento, en el pulso de la vida tengamos presente la elección del camino del amor, sin condiciones, sin juicios pero con límites claros que conserven la esencia del ser.
Esperanza Chacón San Mateo, Costa Rica